sábado, 26 de mayo de 2012

En la agricultura también somos un país de contrastes

Panamá La Prensa, 26 de mayo de 2012. Opinión POLÍTICAS PARA EL DESARROLLO En la agricultura también somos un país de contrastes: Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Siempre he postergado el reto que supone escribir sobre la importancia del sector agropecuario en la vida nacional y la crisis recurrente que vive. Considero que resulta difícil armar el rompecabezas de soluciones frente a la complejidad de los problemas y posibles soluciones, toda vez que no cuadra el diagnóstico sobre el tema; creo en esa frase que se repite con fines de promoción turística y que dice “somos un país de contrastes”, porque nos define al calco cómo somos. Don Lucho Moreno, me antecedió en el tema en esta misma página, valga decirlo, su opinión me motivó a escribir sobre el tema, dice él con mucha razón –entre otras cosas– que el sector agropecuario solo aporta el 1.1% en términos absolutos al producto interno bruto del país, en tanto que otros sectores como la industria, el comercio o el turismo, aportan individualmente entre el 22.0% y el 30.0%, pero que pese a ello, el Gobierno le asignó al sector agropecuario el 4.5% del PIB, algo más de 600 millones de balboas del presupuesto nacional este último año y no se logra mayor desarrollo ni crecimiento en la actividad, más cuando tenemos a un tercio de la población vinculada o dependiente del sector agropecuario. Empero, la razón de tan pobres resultados pudiera obedecer a que somos un país sin tradición agrícola o que la hemos perdido, aunque no debemos olvidar que la actividad agroindustrial va por buen camino, en franco crecimiento, modernización y competitividad; no obstante, me temo que las dificultades que afrontan los pequeños y medianos agricultores y ganaderos sean producto del abandono de las políticas para el desarrollo del esquema de la “extensión agrícola” y rural que dio muchos frutos en el pasado. La “extensión agrícola” fue una política de Estado célebre para este sector, comprometida con la formación y organización agropecuaria de la ruralidad de nuestro territorio para vigorizar el desarrollo agropecuario. Este programa fue importado de Estados Unidos por la década de 1950 (allá sigue siendo pilar de la producción agropecuaria) y en nuestro país se difundió y ejecutó exitosamente por una legión de agrónomos panameños que significaron una especie de Chicago Boys para aquella época y para ese tema. En el pasado reciente, no solo se desechó ese fundamento teórico-práctico extraordinario para diseminar tecnologías de punta y estándares de producción destinados a capacitar al campesino, al agricultor y a las amas de casa de las bondades que les ofrece la tierra y su entorno, sino que se optó por los asentamientos campesinos que nos llevaron a varias décadas de atraso y pérdidas por el fracaso descomunal que representó. El abandono del “extensionismo” como política de Estado, y la adopción comunista de asentamientos campesinos no solo dañó el sector agropecuario, sino que varió profundamente la cultura del agricultor y del ganadero, porque nos trepó en un carrusel de fracasos y subsidios que abocó al país a cargar con los parásitos y las distorsiones de ese sistema colectivo. No guardo indicadores económicos confiables sobre auxilios y subsidios para el sector agropecuario a través de los últimos 40 años, pero somos testigos de que ese dinero se ha ido como agua por las manos, sin ningún provecho importante. Y en todo caso, esas subvenciones económicas fueron mucho más grandes de lo que se ha invertido en sistemas de riego, desarrollo de infraestructura y tecnología, estrechamente ligada a la siembra, cultivo y genética, tanto para la agricultura como para la ganadería. Estos problemas no se plantean de forma coherente, cuando los líderes de los gremios y del Gobierno se reúnen. ¿Qué hay de un sistema de riego que incorpore las 40 mil hectáreas o más que se han abandonado? ¿Qué hay de la infraestructura para que los productores hortícolas puedan producir más allá de los pocos meses de la estación seca sin temor a que las lluvias estropeen sus cultivos? Nadie reclama una ley para esto. Pero sí para que se condonen deudas, para obtener subsidios, para que se cierren importaciones o para que se eleven los aranceles. El país no gana nada dando ayudas económicas, si no se moderniza la estructura y se mejora la productividad. Es necesario encumbrar la eficiencia –el país cuenta con más de una centena de productores, exitosos en varios rubros, de suerte que sí se puede– pero el Gobierno tiene que diseñar políticas que lleven a un cambio de rumbo, reinstalando el “extensionismo agrícola”, baluarte del desarrollo en Estados Unidos, para asumir sin temor los retos que impone la seguridad alimentaria, los desafíos del TLC y para no dejarnos engolosinar como en su momento les ocurrió a los venezolanos que dejaron el campo por ir tras el petróleo. Imposible pensar que el panameño crea que con el Canal es suficiente y que con él los problemas estarán resueltos. @mosadegh53 MAS NOTICIAS EN Opinión

miércoles, 9 de mayo de 2012

Los ´martinellis´ de la discordia

La Prensa, Panamá, miércoles 9 de mayo de 2012. Opinión VALOR Los ´martinellis´ de la discordia Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Dice el viejo refrán que la mentira repetida muchas veces se convierte en verdad, aunque dudo que siempre sea así, no sobra aclarar la inconformidad que se viene dando en torno a las nuevas monedas de un balboa, acuñadas recientemente, que han empezado a llamar “martinellis”. Principiemos con las quejas de que en el país no hay un banco central o banco emisor para que se estén acuñando monedas en papel ni metálico. Si bien es cierto que no tenemos una institución monetaria como tal, sí contamos con el Banco Nacional de Panamá que hace las veces de banca central, que no se ocupa de manejar la política monetaria del país en cuanto al manejo del valor de la moneda, estabilidad de precios, tasas de interés, etcétera, pero sí solventa algunas de las responsabilidades de un banco central, por sí solo, y otras las comparte con la Superintendencia de Bancos. El Banco Nacional es administrador y custodio de divisas. Prestamista de fomento a instituciones estatales o privadas. Presta asistencia de tesorería y manejo financiero de deuda pública. Maneja la mesa de monedas para el canje de divisas. Provee y cambia el papel moneda de curso legal (dólar de Estados Unidos) a las demás instituciones del sistema bancario local; de igual forma, ejecuta la tarea de reposición del metálico de balboa y fraccionarios de él a todos los tenedores de ellas en el país. Asimismo, desarrolla actividades de banca privada en igualdad de condiciones. Pero la discordia no es más que otra ringlera de críticas sin fundamento objetivo. La gente dice que no vale lo que representan, porque no tienen respaldo real o efectivo. Denuncian igual que los “martinellis” (el metálico) no valen un balboa sino, tal vez, un quinto de su valor o menos. Eso no es cierto ni sensato afirmarlo, porque a pesar de todo los “martinellis” sí valen un balboa, ese es su valor nominal. Hoy día el valor intrínseco de un billete o una moneda no es el mismo que el de su valor nominal. En la antigüedad, los metales como el oro y la plata que se usaban como medio de pago sí tenían el valor compuesto, nominal e intrínseco, y mucho después con el acuerdo de Bretton Woods, luego de la Segunda Guerra, las monedas de curso legal tenían su respaldo únicamente en oro (patrón oro), efectivamente guardados en las bóvedas de sus bancos centrales, desde donde emitían su papel moneda en equivalencia con la reserva en oro. Porque creo que las dudas y suspicacias no son mal intencionadas, sino generadas por la inopia ignara del tema; les cuento que las monedas del mundo entero dejaron de tener respaldo y convertibilidad en oro hace más de 40 años, desde que Estados Unidos se inventó el Nixon Shock. Es decir, el papel moneda se convirtió en una especie de dinero fiduciario. Su valor lo da la ecuación de la oferta y la demanda, la buena fe, y se respalda con eso que llaman producto interno bruto (PIB) o suma de los bienes y servicios de un país, entre otras condiciones del mercado y desempeño financiero y económico. Tanto así, que podemos afirmar que en nuestros tiempos el valor de la moneda nacional de cada país lo aprecia o deprecia finalmente el valor de sus exportaciones e importaciones. En todo caso, ese conjunto de factores es el que da la fortaleza o debilidad a las monedas por estas épocas. No obstante, esto no quiere decir que los países no tengan reservas de valores, ya sea en divisas generalmente fuertes, metales preciosos, papeles de deuda, deuda soberana extranjera, bonos, en fin, todo lo que signifique valor, pero estas no son para respaldar el uno por uno del precio de sus monedas, sino para hacer frente a los embates de sus economías y al comercio mundial. En el caso muy particular de nuestro país las variables respecto del valor de la moneda que usamos no funcionan exactamente así, en razón obviamente de que utilizamos el dólar de Estados Unidos que es una moneda vigorosa y de referencia cambiaria mundial que conserva una gran capacidad respecto a las monedas del resto del mundo, pero que poco o nada podemos hacer para manipular su valor. De allí que vale decir, como muchos que defienden el uso del dólar, que nos beneficia efectiva y contundentemente de diversas formas, como la gran capacidad de compra que ofrece y que se mantiene relativamente alta e inalterable hasta nuestros días desde que acogimos el uso de esa moneda ajena. Pero, entonces, qué respalda a los “martinellis”, pues el PIB del país, la economía misma, el Estado en general y, en fin de cuentas, los mismos factores que han respaldado las monedas de un balboa y sus fraccionarias emitidas durante toda nuestra vida republicana. Y valen un balboa. @mosadegh53