martes, 4 de septiembre de 2012

El reto de legalizar las drogas

Opinión ARGUMENTOS El reto de legalizar las drogas Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Me llamó poderosamente la atención los argumentos recientes del presidente José Mujica, de Uruguay, en torno a la legalización de las drogas en su país. Primero, afirma que hoy es iluso concebir un mundo sin drogas; y la segunda, que no es menos cierta, dice que el problema mayor no es la droga sino el narcotráfico que lo circunda, toda vez que a su alrededor se ha generado una espiral de violencia y estragos que viene a superar los daños que propina el consumo mismo de las drogas. Pero no me he quedado allí, he repasado una gran cantidad de teorías y ensayos sobre el tema y he concluido que necesitamos debatir el problema con propósitos de legalizar la droga, no porque nos sean provechosas, sino que llevamos muchas décadas de harta violencia, miles de muertos y millardos de dólares gastados persiguiendo el delito sin poder mostrar nada que nos indique siquiera que estamos en víspera de controlar el flagelo, y muy, pero muy lejos de acabarlo; cada vez es más droga la incautada y cada vez más se agudiza el drama. Me luce que con la descriminalización de las drogas se darían soluciones de inmediato, se acabaría con el lavado de activos, el contrabando de armas y de precursores químicos y las bandas del narcotráfico, todo por el efecto de sustracción de materia. Empero lo más relevante de todo es poder liquidar la pesadilla que tanta muerte, robo y riñas origina a diario en nuestro medio el tráfico de narcóticos. Francamente, estamos muy lejos de ganarle la guerra a los carteles del narcotráfico, solo en México se habla de la espantosa cifra de 50 mil muertes directamente relacionadas con la narcoviolencia. En Colombia las estadísticas muestran que fueron 15 mil 700 muertos el año pasado por las mismas causas. En Estados Unidos el 80% de los robos, agresiones callejeras y asesinatos tiene relación directa con el tráfico de estupefacientes. En Centroamérica, México, Brasil, Colombia, Panamá y Venezuela, el 70% de los homicidios son perpetrados con armas de fuego y esa violencia se debe, casi en su totalidad, a los efectos de la prohibición de las drogas y nada más. Sin embargo, en los últimos años ha habido en América una gran ofensiva contra el narcotráfico, se ha reforzado la lucha contra el crimen organizado, con asistencia económica, tecnológica y policial; no obstante, no se ven avances, y lo lamentable es que pasa el tiempo y el problema no disminuye sino que crece en una especie de efecto acumulativo, proporcional a una pandemia. Socialmente no puede haber humanidad que merezca vivir donde las noticias diarias son las cifras sobre muertes por el narcotráfico, no se puede vivir en una sociedad condenada por el presente dramático que se está viviendo. Ella tiene derecho a que su gente viva sin temor a morir por las balas, a que su gente no tenga que convertirse en delincuentes al servicio de los mercaderes de la droga, a que su barrio viva en paz y en ausencia de pandillas. Hoy día el consumo de tabaco y abuso de comidas inapropiadas que derivan en enfermedades cardiovasculares o la diabetes, por ejemplo, matan más gente que el consumo de drogas como la marihuana o la cocaína. Pero el narcotráfico y sus tentáculos matan tanto como aquellas y las pérdidas son más penosas para sus familias y la sociedad que todas las otras juntas. Con la legalización de las drogas serían más efectivas las campañas de prevención y control, y definitivamente, tendríamos menos homicidios, menos cárceles, menos presos, menos corrupción y más tranquilidad en nuestros hogares. La prevención y asistencia sanitaria –que hoy no la tienen los consumidores de drogas– habrá de lograrse como se hace para tratar los trastornos de la obesidad, el alcoholismo, el tabaquismo, y la profilaxis para el VIH sida o las campañas contra el dengue, etcétera. De hecho, en algunos países se ha legalizado el consumo con advertencia y prevención, como en Bélgica y Holanda, y el consumo y muertes por sobredosis han bajado; en el estado de Alaska, donde se permite el consumo de marihuana desde 1975, también se logra cada año reducir el uso de esas sustancias, por mencionar algunos casos, pero, en fin, la legalidad brinda las herramientas que la clandestinidad no da. Es apremiante librar la lucha desde otro ángulo y con otra visión, con soluciones alternativas para buscar reducir los daños, porque de seguir como vamos, arruinaremos nuestra libertad y paz social, y la prosperidad de la humanidad se verá amenazada. Me parece legítima la decisión del presidente Mujica, ya es hora de levantar la criminalización a las drogas y dejar de lado la hipocresía social. @mosadegh53

sábado, 1 de septiembre de 2012

Respuesta al gran panameño don Carlos Iván Zúñiga

Panamá 14 de octubre de 2004. La Prensa, Opinión. Respuesta al gran panameño don Carlos Iván Zúñiga Comparto con usted el mismo sentimiento y reflexiono sobre la grandeza de aquella estirpe y el estilo de gente que ha dejado en muchos de nosotros una traza indeleble Guillermo Tatis Grimaldo, hijo He leído con especial atención su formidable artículo "Colombia en la vida de un panameño", sobre este puñado de colombianos ejemplares y laboriosos que llegaron a nuestro suelo sin más pretensiones que desarrollar su oficio y levantar una familia con el rigor de sus principios, que no eran otros que trabajo tenaz y honrado, y la dedicación hogareña, pero que sin quererlo dejaron una huella imborrable en nuestro pueblo así como en su gente; enseñaron un oficio a quien no lo tenía o no lo conocía, y los de letras hicieron docencia con su original sapiencia. Bien lo ha dicho usted, cómo se deleitaron los de su época leyendo aquellos extraordinarios artículos de El Tiempo o escuchando la radio sobre variados temas que suelen abordar en uno y otro medio aún en nuestros tiempos. En una ocasión conversando con don Monchi Conte, "guardián del acervo cultural de Penonomé", como acertadamente lo ha llamado usted, me decía que en una de las innumerables tertulias que su padre, don Héctor Conte Bermúdez, sostuvo con su amigo, el extinto ex presidente Juan Demóstenes Arosemena, éste le decía que los panameños teníamos que volver los ojos a Colombia por cuanto de ella y su gente nos quedaba mucho por aprender. Realmente es una honrosa herencia, no solo por la templanza para el ejercicio de un oficio como el que bien describe y que desarrolló mi abuelo, Antonio Tatis Cabarcas, con todo el esfuerzo que usted conoció de tan cerca, sino también por las demás artes y letras; ha sabido usted describir magistralmente a muchos preclaros colombianos que se destacaron en la política, la poesía, la cultura, la pintura, el periodismo, las armas y el derecho, que indudablemente han sido norte y guía para los que les escucharon y leyeron o aquellos que tuvimos la oportunidad de formarnos en las universidades colombianas, iluminados por el talento y la vehemencia de sus ideas. La sabiduría plasmada en cada artículo, en cada libro, en cada pieza de oratoria, así como la impronta de los hechos dejados por aquella legión de hombres que ha mencionado, nos enriquece el espíritu y nuestra condición humana pero nos obliga a asumir el reto de no quedarnos atrás. Ayer tuvo usted la fortuna de escuchar, leer y aprender de Santos, Cano, Sourdís, Gaitán, Ospina, Arciniegas, Pombo, Carranza, Forero y tantos otros, pero hoy también podemos seguir e igualmente aprender de los escritos y opiniones de López Michelsen, Devis Echandía, Santos Calderón, Lleras Restrepo, Betancurt Cuartas, García Márquez, Mutis, Botero y Grau, entre muchos más sin duda alguna. Comparto con usted el mismo sentimiento y reflexiono sobre la grandeza de aquella estirpe y el estilo de gente que ha dejado en muchos de nosotros una traza indeleble; sin embargo, toda esa dignidad a la que podemos referirnos ha servido de poco en los muchos intentos por apaciguar el conflicto intestino político y social que vive el hermano país; más de 40 años de lucha armada, recriminaciones y procesos de paz no han logrado el punto de equilibrio para la convivencia social. Aún recuerdo los procesos de paz de los gobiernos de López Michelsen y Turbay Ayala, y la consecuente frustración y desasosiego de la población por sus fracasos; de nada sirvió la rendición del M-19 y su reinserción en la sociedad civil, uno a uno de los de su dirigencia fueron asesinados. Años más tarde, bajo el gobierno del ex presidente Belisario Betancurt, las gentes volvieron a recobrar la fe y renovaron sus convicciones, creyeron que el impulso de este nuevo proceso de paz sería definitivo para la convivencia pacífica del país, pero solo se cosechó desolación y muerte. Perdieron la vida Luis Carlos Galán, candidato liberal a la Presidencia de la República; Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia; Guillermo Cano, director de ese otro gran periódico El Espectador, y tantos y tantos otros líderes de las izquierdas, de los sindicatos, y todos cuantos creyeron en el proceso tuvieron el mismo final. Los demás presidentes que siguieron, Barco, Gaviria, Samper y Pastrana, todos sin excepción intentaron alcanzar la paz mediante largos, escabrosos e ingeniosos procesos que terminaron sin un solo resultado favorable; ahora el presidente Uribe se resiste a creer que la intolerancia sea mayor que el deseo (leyenda) personal de cada colombiano de vivir en paz. A cuento traigo lo que decía el rey Salem a Santiago el pastor, en El Alquimista de Coelho, que la "leyenda personal" es aquel deseo genuino que tiene toda persona desde su juventud de realizar un sueño sin temor alguno, sobre todo sin perder la perspectiva y recordar siempre lo que se quiere, porque a medida que pasa el tiempo una misteriosa fuerza trata de convencer que es imposible cumplirlo, obviamente lo que realmente está enseñando es cómo realizarlo, pero cuando esto llegue el mundo entero conspirará para que su "leyenda personal" se cumpla. Este es mi deseo para el pueblo colombiano que implora y desea paz. Deseo que sepa que guardo con entrañable afecto una copia del artículo original "Colombia en la vida de un panameño" que usted dedicó y entregó a don Monchi; él, con especial deferencia, le dedicó unas fúlgidas palabras a mi abuela, Mica, que con la complicidad de su dama de compañía tomé para mí. El autor es diplomático, ex cónsul, consejero jurídico y encargado de negocios de Panamá en Colombia