martes, 4 de septiembre de 2012

El reto de legalizar las drogas

Opinión ARGUMENTOS El reto de legalizar las drogas Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Me llamó poderosamente la atención los argumentos recientes del presidente José Mujica, de Uruguay, en torno a la legalización de las drogas en su país. Primero, afirma que hoy es iluso concebir un mundo sin drogas; y la segunda, que no es menos cierta, dice que el problema mayor no es la droga sino el narcotráfico que lo circunda, toda vez que a su alrededor se ha generado una espiral de violencia y estragos que viene a superar los daños que propina el consumo mismo de las drogas. Pero no me he quedado allí, he repasado una gran cantidad de teorías y ensayos sobre el tema y he concluido que necesitamos debatir el problema con propósitos de legalizar la droga, no porque nos sean provechosas, sino que llevamos muchas décadas de harta violencia, miles de muertos y millardos de dólares gastados persiguiendo el delito sin poder mostrar nada que nos indique siquiera que estamos en víspera de controlar el flagelo, y muy, pero muy lejos de acabarlo; cada vez es más droga la incautada y cada vez más se agudiza el drama. Me luce que con la descriminalización de las drogas se darían soluciones de inmediato, se acabaría con el lavado de activos, el contrabando de armas y de precursores químicos y las bandas del narcotráfico, todo por el efecto de sustracción de materia. Empero lo más relevante de todo es poder liquidar la pesadilla que tanta muerte, robo y riñas origina a diario en nuestro medio el tráfico de narcóticos. Francamente, estamos muy lejos de ganarle la guerra a los carteles del narcotráfico, solo en México se habla de la espantosa cifra de 50 mil muertes directamente relacionadas con la narcoviolencia. En Colombia las estadísticas muestran que fueron 15 mil 700 muertos el año pasado por las mismas causas. En Estados Unidos el 80% de los robos, agresiones callejeras y asesinatos tiene relación directa con el tráfico de estupefacientes. En Centroamérica, México, Brasil, Colombia, Panamá y Venezuela, el 70% de los homicidios son perpetrados con armas de fuego y esa violencia se debe, casi en su totalidad, a los efectos de la prohibición de las drogas y nada más. Sin embargo, en los últimos años ha habido en América una gran ofensiva contra el narcotráfico, se ha reforzado la lucha contra el crimen organizado, con asistencia económica, tecnológica y policial; no obstante, no se ven avances, y lo lamentable es que pasa el tiempo y el problema no disminuye sino que crece en una especie de efecto acumulativo, proporcional a una pandemia. Socialmente no puede haber humanidad que merezca vivir donde las noticias diarias son las cifras sobre muertes por el narcotráfico, no se puede vivir en una sociedad condenada por el presente dramático que se está viviendo. Ella tiene derecho a que su gente viva sin temor a morir por las balas, a que su gente no tenga que convertirse en delincuentes al servicio de los mercaderes de la droga, a que su barrio viva en paz y en ausencia de pandillas. Hoy día el consumo de tabaco y abuso de comidas inapropiadas que derivan en enfermedades cardiovasculares o la diabetes, por ejemplo, matan más gente que el consumo de drogas como la marihuana o la cocaína. Pero el narcotráfico y sus tentáculos matan tanto como aquellas y las pérdidas son más penosas para sus familias y la sociedad que todas las otras juntas. Con la legalización de las drogas serían más efectivas las campañas de prevención y control, y definitivamente, tendríamos menos homicidios, menos cárceles, menos presos, menos corrupción y más tranquilidad en nuestros hogares. La prevención y asistencia sanitaria –que hoy no la tienen los consumidores de drogas– habrá de lograrse como se hace para tratar los trastornos de la obesidad, el alcoholismo, el tabaquismo, y la profilaxis para el VIH sida o las campañas contra el dengue, etcétera. De hecho, en algunos países se ha legalizado el consumo con advertencia y prevención, como en Bélgica y Holanda, y el consumo y muertes por sobredosis han bajado; en el estado de Alaska, donde se permite el consumo de marihuana desde 1975, también se logra cada año reducir el uso de esas sustancias, por mencionar algunos casos, pero, en fin, la legalidad brinda las herramientas que la clandestinidad no da. Es apremiante librar la lucha desde otro ángulo y con otra visión, con soluciones alternativas para buscar reducir los daños, porque de seguir como vamos, arruinaremos nuestra libertad y paz social, y la prosperidad de la humanidad se verá amenazada. Me parece legítima la decisión del presidente Mujica, ya es hora de levantar la criminalización a las drogas y dejar de lado la hipocresía social. @mosadegh53

sábado, 1 de septiembre de 2012

Respuesta al gran panameño don Carlos Iván Zúñiga

Panamá 14 de octubre de 2004. La Prensa, Opinión. Respuesta al gran panameño don Carlos Iván Zúñiga Comparto con usted el mismo sentimiento y reflexiono sobre la grandeza de aquella estirpe y el estilo de gente que ha dejado en muchos de nosotros una traza indeleble Guillermo Tatis Grimaldo, hijo He leído con especial atención su formidable artículo "Colombia en la vida de un panameño", sobre este puñado de colombianos ejemplares y laboriosos que llegaron a nuestro suelo sin más pretensiones que desarrollar su oficio y levantar una familia con el rigor de sus principios, que no eran otros que trabajo tenaz y honrado, y la dedicación hogareña, pero que sin quererlo dejaron una huella imborrable en nuestro pueblo así como en su gente; enseñaron un oficio a quien no lo tenía o no lo conocía, y los de letras hicieron docencia con su original sapiencia. Bien lo ha dicho usted, cómo se deleitaron los de su época leyendo aquellos extraordinarios artículos de El Tiempo o escuchando la radio sobre variados temas que suelen abordar en uno y otro medio aún en nuestros tiempos. En una ocasión conversando con don Monchi Conte, "guardián del acervo cultural de Penonomé", como acertadamente lo ha llamado usted, me decía que en una de las innumerables tertulias que su padre, don Héctor Conte Bermúdez, sostuvo con su amigo, el extinto ex presidente Juan Demóstenes Arosemena, éste le decía que los panameños teníamos que volver los ojos a Colombia por cuanto de ella y su gente nos quedaba mucho por aprender. Realmente es una honrosa herencia, no solo por la templanza para el ejercicio de un oficio como el que bien describe y que desarrolló mi abuelo, Antonio Tatis Cabarcas, con todo el esfuerzo que usted conoció de tan cerca, sino también por las demás artes y letras; ha sabido usted describir magistralmente a muchos preclaros colombianos que se destacaron en la política, la poesía, la cultura, la pintura, el periodismo, las armas y el derecho, que indudablemente han sido norte y guía para los que les escucharon y leyeron o aquellos que tuvimos la oportunidad de formarnos en las universidades colombianas, iluminados por el talento y la vehemencia de sus ideas. La sabiduría plasmada en cada artículo, en cada libro, en cada pieza de oratoria, así como la impronta de los hechos dejados por aquella legión de hombres que ha mencionado, nos enriquece el espíritu y nuestra condición humana pero nos obliga a asumir el reto de no quedarnos atrás. Ayer tuvo usted la fortuna de escuchar, leer y aprender de Santos, Cano, Sourdís, Gaitán, Ospina, Arciniegas, Pombo, Carranza, Forero y tantos otros, pero hoy también podemos seguir e igualmente aprender de los escritos y opiniones de López Michelsen, Devis Echandía, Santos Calderón, Lleras Restrepo, Betancurt Cuartas, García Márquez, Mutis, Botero y Grau, entre muchos más sin duda alguna. Comparto con usted el mismo sentimiento y reflexiono sobre la grandeza de aquella estirpe y el estilo de gente que ha dejado en muchos de nosotros una traza indeleble; sin embargo, toda esa dignidad a la que podemos referirnos ha servido de poco en los muchos intentos por apaciguar el conflicto intestino político y social que vive el hermano país; más de 40 años de lucha armada, recriminaciones y procesos de paz no han logrado el punto de equilibrio para la convivencia social. Aún recuerdo los procesos de paz de los gobiernos de López Michelsen y Turbay Ayala, y la consecuente frustración y desasosiego de la población por sus fracasos; de nada sirvió la rendición del M-19 y su reinserción en la sociedad civil, uno a uno de los de su dirigencia fueron asesinados. Años más tarde, bajo el gobierno del ex presidente Belisario Betancurt, las gentes volvieron a recobrar la fe y renovaron sus convicciones, creyeron que el impulso de este nuevo proceso de paz sería definitivo para la convivencia pacífica del país, pero solo se cosechó desolación y muerte. Perdieron la vida Luis Carlos Galán, candidato liberal a la Presidencia de la República; Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia; Guillermo Cano, director de ese otro gran periódico El Espectador, y tantos y tantos otros líderes de las izquierdas, de los sindicatos, y todos cuantos creyeron en el proceso tuvieron el mismo final. Los demás presidentes que siguieron, Barco, Gaviria, Samper y Pastrana, todos sin excepción intentaron alcanzar la paz mediante largos, escabrosos e ingeniosos procesos que terminaron sin un solo resultado favorable; ahora el presidente Uribe se resiste a creer que la intolerancia sea mayor que el deseo (leyenda) personal de cada colombiano de vivir en paz. A cuento traigo lo que decía el rey Salem a Santiago el pastor, en El Alquimista de Coelho, que la "leyenda personal" es aquel deseo genuino que tiene toda persona desde su juventud de realizar un sueño sin temor alguno, sobre todo sin perder la perspectiva y recordar siempre lo que se quiere, porque a medida que pasa el tiempo una misteriosa fuerza trata de convencer que es imposible cumplirlo, obviamente lo que realmente está enseñando es cómo realizarlo, pero cuando esto llegue el mundo entero conspirará para que su "leyenda personal" se cumpla. Este es mi deseo para el pueblo colombiano que implora y desea paz. Deseo que sepa que guardo con entrañable afecto una copia del artículo original "Colombia en la vida de un panameño" que usted dedicó y entregó a don Monchi; él, con especial deferencia, le dedicó unas fúlgidas palabras a mi abuela, Mica, que con la complicidad de su dama de compañía tomé para mí. El autor es diplomático, ex cónsul, consejero jurídico y encargado de negocios de Panamá en Colombia

martes, 21 de agosto de 2012

Pablo Escobar, una novela sin final feliz

Pablo Escobar, una novela sin final feliz Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Confieso haber traicionado mi propia conciencia. Había dicho en público (Twitter) que no iba a ver la cruel novela del funestamente recordado narcotraficante Pablo Escobar, el patrón del mal, que se exhibe en una de las televisoras del país. Más que por cualquier otra consideración, fue por aquella razón de que esa telenovela, que recrea la época más oscura de la historia contemporánea de Colombia, la había vivido tan de cerca y, eventualmente, no mostraría nada nuevo que ya no supiera, como testigo presencial en aquel país. No obstante ello, no me arrepiento de haber visto los primeros capítulos. Siento que es necesario que la gente sepa cómo se construyó una empresa criminal sin precedentes, con asesinatos y magnicidios, cómo se desarrolló el sicariato, la extorsión y el secuestro en el negocio del narcotráfico. Y aún más, cómo los tentáculos de Escobar, el filántropo siniestro, incursionaron en la política, con el propósito tenebroso de corromper la sociedad entera, en Colombia y allende sus fronteras. No menos importante es la pérfida historia del nacimiento, la seudo grandeza y caída de un imperio criminal, de un cartel y un personaje único, de carne y hueso, y una perversidad infinita, que aun con todo el dinero producto del accionar delictivo, la violencia que infringió, el dolor que causó y la sangre que derramó, no logró vencer a una sociedad con dignidad y voluntad. Esta es la gran verdad que no se puede olvidar y habrá que contarla las veces que sea necesaria para que no se repita, porque puede darse en cualquier lugar. Pero, al revés de las pulcras historietas de Batman o de Supermán, con personajes heroicos creados con parámetros ficticios que luchan contra el mal y que terminan con un final feliz, no caben en este cuento. La de Pablo Escobar, el paternalista falaz, es otra cosa; es una historia sangrienta que arrodilló a un país y lo tuvo al borde de claudicar. La guerra que planteó el cartel de Medellín contra el Estado colombiano –los malos contra los buenos– que a pesar del triunfo de las autoridades legítimas, con la caza de Escobar, el héroe de barro, y la defenestración del cartel no terminó en un final feliz para nadie. Muchos fueron los muertos, incontables las penas e invaluables las pérdidas que le tocó sufrir al hermano país. La historia y la novela de Escobar han de tener hartas lecturas, pero nunca supondrá una apología del delito por el hecho de contarla, ni será un mal ejemplo para nadie, todo lo contrario. Quien quiera que vea la novela no podrá sacar conclusiones frívolas, la sociedad tiene que darse cuenta de que quien delinque de la manera que fuera –oculta o flagrante– tendrá un feroz destino como el final de esa misma horrorosa historia. Una gran lección es Colombia, porque tuvo la irrevocable decisión de reponerse al ataque que la tenía herida de muerte, la sociedad y las instituciones del país, las que no sucumbirían por tener una casta de ciudadanos incorruptibles, verdaderos superhombres que lideraron el honor por su patria para no dejarse arrebatar la Nación por esos grupos de criminales facinerosos. Esa guerra del narcotráfico que hostigó y desangró a Colombia por algo más de una década chocó con personajes valientes que ofrendaron su vida por la suerte de su país y le hicieron frente al cobarde ataque a la patria. Con desvelo y sin dilación, Guillermo Cano exdirector de El Espectador, tomó el púlpito editorial del periódico para denunciar sistemáticamente todos los hechos criminales de la banda. Rodrigo Lara Bonilla, exministro de Justicia, puso en marcha las extradiciones de los narcotraficantes; Enrique Low Murtra, exministro de la misma cartera, quien remplazó a Lara Bonilla tras su asesinato, célebre por la frase al tomar posesión “me puede temblar la voz pero no la moral” (por su Parkinson); Jaime Pardo Leal, candidato del Partido Comunista, aguerrido luchador por la institucionalidad democrática; Carlos Mauro Hoyos, exprocurador de la Nación, los encausó en procesos penales con fines de extradición; Luis Carlos Galán, candidato a la Presidencia de la República, enarboló la bandera de la dignidad nacional contra los narcos delincuentes. Todos sin excepción murieron bajo el fuego de las balas. Enrique Parejo, exministro de Justicia y Miguel Maza Márquez, director del servicio de inteligencia, que, milagrosamente, sobrevivieron a atentados, encabezaron la persecución de los cabecillas de la banda. En tanto, Belisario Betancourt, presidente de la República en aquellos tiempos del inicio de la rebelión de los carteles, tomó la inflexible y dura decisión de enfrentarlos con todas las fuerzas logísticas efectivas y recursos jurídicos del Estado, no sin el apoyo de muchos hombres más, políticos, juristas, empresarios y ciudadanos ejemplares de la reserva moral. Si ellos no recogen en aquel momento la dignidad de la patria otra fuera la historia del suelo de Bolívar y Santander. @mosadegh53

domingo, 1 de julio de 2012

La difícil reconquista argentina

La Prensa, Panamá, 01 de julio de 2012. Perspectiva [DISPUTA TERRITORIAL] La difícil reconquista argentina Guillermo Tatis Grimaldo, hijo El pasado 14 de junio se cumplieron 30 años del cese de las hostilidades de la Guerra de las Malvinas, hecho lamentable que protagonizaron Argentina y el Reino Unido por la soberanía de los territorios australes. No sé si 30 años no son nada, como sugiere un hermoso tango de Gardel, pero el contencioso por el archipiélago de las Malvinas o Falklands sigue sin avance. La amarga disputa luce como un resabio de la colonización, difícil para Argentina por cuanto no puede ignorar la tradición de siete generaciones que han vivido en esos territorios con arrojo de señor y dueño. Y su reiteración reciente ante el Comité de Descolonización de la ONU, de que el archipiélago le pertenece, deja una profunda inquietud porque la sola reclamación es en sí un renovado acto de coloniaje, toda vez que ya los kelpers (isleños) han reiterado que prefieren ser británicos, eso le da otra connotación al tema. El litigio no es una faena a dos bandas, hay tres partes involucradas, y una de ellas son los 3 mil lugareños. Los argumentos de qué tan cerca están los archipiélagos de uno y otro país, de quién llegó o se estableció primero, languidecen ante los deseos ancestrales de los habitantes de las islas Malvinas o Falklands, una de las tesis británicas. El Gobierno argentino no acepta la teoría universal de pleno derecho sobre posesión, por relación fidedigna de población y territorio, so pretexto de que los isleños fueron plantados allí. La historia de hechos acaecidos durante los últimos 250 años es tan exuberante, llena de realismo mágico y tan impugnable a la vez, que cada argumento posterior mata al que precede. Argentina dice haber heredado los derechos sobre las islas en 1776, cuando los españoles abandonaron esas posesiones, y que posteriormente los argentinos la reafirmaron cuando se independizaron en 1816; los británicos arguyen que han ocupado desde 1765 de forma pacífica, continua y efectiva, sin reclamación alguna hasta 1982 y las exigencias posteriores. Si bien no hay un interés manifiesto de entablar una negociación formal sobre el contencioso por parte del Reino Unido, que resulta evidente y es constantemente denunciado por la contraparte, tampoco hay la intensión declarada de Argentina de someter el caso –que sería lo ideal– ante un tribunal internacional, por los riesgos que supone nada menos que ambos países pierdan sus pretendidos derechos ante el principio universal de libre determinación de los pueblos o derecho de autodeterminación que consagra la Carta de la ONU y un sinnúmero de resoluciones de la Asamblea General del mismo organismo. De allí que apuesten por un pulseo político público en donde llevan sus exigencias en términos de descrédito y acusaciones mutuas. Argentina dice que los británicos son arrogantes, los británicos acusan de que la renovada actitud y ataques del Gobierno argentino son en realidad porque su economía es un desastre, con una desaceleración económica y una inflación cabalgante, de modo que les resulta más llevadera la crisis interna entreteniendo a los nacionales con un conflicto internacional, tan similar a los acontecimientos que llevaron a los militares argentinos de la dictadura a la perniciosa aventura de la guerra en 1982. Pero los británicos no se han quedado allí, han propuesto celebrar un referendo para mediados del próximo año para que los habitantes del archipiélago decidan su suerte y estatus político, manifestando si quieren ser británicos o argentinos, que si bien ya podemos adivinar su resultado, no terminará la sucesión de reclamos por cuanto un artículo de la Constitución argentina de 1994 obliga a cada Gobierno a reclamar ahora pacífica y diplomáticamente su derecho sobre las Malvinas. Argentina tiene difícil la reconquista; además, no es el mejor momento para pedir apoyo internacional, por cuanto si algo despierta la presidenta Kirchner es desconfianza. Todos han sido testigos del despojo que le asestó a una empresa española que operaba en su país, sin respeto alguno por el orden jurídico interno e internacional. Tampoco es previsible que el resto de los gobiernos latinoamericanos acudan en su ayuda, una gran mayoría de naciones están ocupadas en resolver sus propios diferendos de límites territoriales, marítimos y fluviales, como para apoyar tesis que, posteriormente, se usen en su contra. Tal vez, a la Kirchner sí le caiga el apoyo de Venezuela, Nicaragua y Cuba, sin Bolivia esta vez, que no arriesgará nada para no dañar su pretendida salida al mar. El autor es ensayista y ex diplomático. MAS NOTICIAS EN Perspectiva

sábado, 26 de mayo de 2012

En la agricultura también somos un país de contrastes

Panamá La Prensa, 26 de mayo de 2012. Opinión POLÍTICAS PARA EL DESARROLLO En la agricultura también somos un país de contrastes: Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Siempre he postergado el reto que supone escribir sobre la importancia del sector agropecuario en la vida nacional y la crisis recurrente que vive. Considero que resulta difícil armar el rompecabezas de soluciones frente a la complejidad de los problemas y posibles soluciones, toda vez que no cuadra el diagnóstico sobre el tema; creo en esa frase que se repite con fines de promoción turística y que dice “somos un país de contrastes”, porque nos define al calco cómo somos. Don Lucho Moreno, me antecedió en el tema en esta misma página, valga decirlo, su opinión me motivó a escribir sobre el tema, dice él con mucha razón –entre otras cosas– que el sector agropecuario solo aporta el 1.1% en términos absolutos al producto interno bruto del país, en tanto que otros sectores como la industria, el comercio o el turismo, aportan individualmente entre el 22.0% y el 30.0%, pero que pese a ello, el Gobierno le asignó al sector agropecuario el 4.5% del PIB, algo más de 600 millones de balboas del presupuesto nacional este último año y no se logra mayor desarrollo ni crecimiento en la actividad, más cuando tenemos a un tercio de la población vinculada o dependiente del sector agropecuario. Empero, la razón de tan pobres resultados pudiera obedecer a que somos un país sin tradición agrícola o que la hemos perdido, aunque no debemos olvidar que la actividad agroindustrial va por buen camino, en franco crecimiento, modernización y competitividad; no obstante, me temo que las dificultades que afrontan los pequeños y medianos agricultores y ganaderos sean producto del abandono de las políticas para el desarrollo del esquema de la “extensión agrícola” y rural que dio muchos frutos en el pasado. La “extensión agrícola” fue una política de Estado célebre para este sector, comprometida con la formación y organización agropecuaria de la ruralidad de nuestro territorio para vigorizar el desarrollo agropecuario. Este programa fue importado de Estados Unidos por la década de 1950 (allá sigue siendo pilar de la producción agropecuaria) y en nuestro país se difundió y ejecutó exitosamente por una legión de agrónomos panameños que significaron una especie de Chicago Boys para aquella época y para ese tema. En el pasado reciente, no solo se desechó ese fundamento teórico-práctico extraordinario para diseminar tecnologías de punta y estándares de producción destinados a capacitar al campesino, al agricultor y a las amas de casa de las bondades que les ofrece la tierra y su entorno, sino que se optó por los asentamientos campesinos que nos llevaron a varias décadas de atraso y pérdidas por el fracaso descomunal que representó. El abandono del “extensionismo” como política de Estado, y la adopción comunista de asentamientos campesinos no solo dañó el sector agropecuario, sino que varió profundamente la cultura del agricultor y del ganadero, porque nos trepó en un carrusel de fracasos y subsidios que abocó al país a cargar con los parásitos y las distorsiones de ese sistema colectivo. No guardo indicadores económicos confiables sobre auxilios y subsidios para el sector agropecuario a través de los últimos 40 años, pero somos testigos de que ese dinero se ha ido como agua por las manos, sin ningún provecho importante. Y en todo caso, esas subvenciones económicas fueron mucho más grandes de lo que se ha invertido en sistemas de riego, desarrollo de infraestructura y tecnología, estrechamente ligada a la siembra, cultivo y genética, tanto para la agricultura como para la ganadería. Estos problemas no se plantean de forma coherente, cuando los líderes de los gremios y del Gobierno se reúnen. ¿Qué hay de un sistema de riego que incorpore las 40 mil hectáreas o más que se han abandonado? ¿Qué hay de la infraestructura para que los productores hortícolas puedan producir más allá de los pocos meses de la estación seca sin temor a que las lluvias estropeen sus cultivos? Nadie reclama una ley para esto. Pero sí para que se condonen deudas, para obtener subsidios, para que se cierren importaciones o para que se eleven los aranceles. El país no gana nada dando ayudas económicas, si no se moderniza la estructura y se mejora la productividad. Es necesario encumbrar la eficiencia –el país cuenta con más de una centena de productores, exitosos en varios rubros, de suerte que sí se puede– pero el Gobierno tiene que diseñar políticas que lleven a un cambio de rumbo, reinstalando el “extensionismo agrícola”, baluarte del desarrollo en Estados Unidos, para asumir sin temor los retos que impone la seguridad alimentaria, los desafíos del TLC y para no dejarnos engolosinar como en su momento les ocurrió a los venezolanos que dejaron el campo por ir tras el petróleo. Imposible pensar que el panameño crea que con el Canal es suficiente y que con él los problemas estarán resueltos. @mosadegh53 MAS NOTICIAS EN Opinión

miércoles, 9 de mayo de 2012

Los ´martinellis´ de la discordia

La Prensa, Panamá, miércoles 9 de mayo de 2012. Opinión VALOR Los ´martinellis´ de la discordia Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Dice el viejo refrán que la mentira repetida muchas veces se convierte en verdad, aunque dudo que siempre sea así, no sobra aclarar la inconformidad que se viene dando en torno a las nuevas monedas de un balboa, acuñadas recientemente, que han empezado a llamar “martinellis”. Principiemos con las quejas de que en el país no hay un banco central o banco emisor para que se estén acuñando monedas en papel ni metálico. Si bien es cierto que no tenemos una institución monetaria como tal, sí contamos con el Banco Nacional de Panamá que hace las veces de banca central, que no se ocupa de manejar la política monetaria del país en cuanto al manejo del valor de la moneda, estabilidad de precios, tasas de interés, etcétera, pero sí solventa algunas de las responsabilidades de un banco central, por sí solo, y otras las comparte con la Superintendencia de Bancos. El Banco Nacional es administrador y custodio de divisas. Prestamista de fomento a instituciones estatales o privadas. Presta asistencia de tesorería y manejo financiero de deuda pública. Maneja la mesa de monedas para el canje de divisas. Provee y cambia el papel moneda de curso legal (dólar de Estados Unidos) a las demás instituciones del sistema bancario local; de igual forma, ejecuta la tarea de reposición del metálico de balboa y fraccionarios de él a todos los tenedores de ellas en el país. Asimismo, desarrolla actividades de banca privada en igualdad de condiciones. Pero la discordia no es más que otra ringlera de críticas sin fundamento objetivo. La gente dice que no vale lo que representan, porque no tienen respaldo real o efectivo. Denuncian igual que los “martinellis” (el metálico) no valen un balboa sino, tal vez, un quinto de su valor o menos. Eso no es cierto ni sensato afirmarlo, porque a pesar de todo los “martinellis” sí valen un balboa, ese es su valor nominal. Hoy día el valor intrínseco de un billete o una moneda no es el mismo que el de su valor nominal. En la antigüedad, los metales como el oro y la plata que se usaban como medio de pago sí tenían el valor compuesto, nominal e intrínseco, y mucho después con el acuerdo de Bretton Woods, luego de la Segunda Guerra, las monedas de curso legal tenían su respaldo únicamente en oro (patrón oro), efectivamente guardados en las bóvedas de sus bancos centrales, desde donde emitían su papel moneda en equivalencia con la reserva en oro. Porque creo que las dudas y suspicacias no son mal intencionadas, sino generadas por la inopia ignara del tema; les cuento que las monedas del mundo entero dejaron de tener respaldo y convertibilidad en oro hace más de 40 años, desde que Estados Unidos se inventó el Nixon Shock. Es decir, el papel moneda se convirtió en una especie de dinero fiduciario. Su valor lo da la ecuación de la oferta y la demanda, la buena fe, y se respalda con eso que llaman producto interno bruto (PIB) o suma de los bienes y servicios de un país, entre otras condiciones del mercado y desempeño financiero y económico. Tanto así, que podemos afirmar que en nuestros tiempos el valor de la moneda nacional de cada país lo aprecia o deprecia finalmente el valor de sus exportaciones e importaciones. En todo caso, ese conjunto de factores es el que da la fortaleza o debilidad a las monedas por estas épocas. No obstante, esto no quiere decir que los países no tengan reservas de valores, ya sea en divisas generalmente fuertes, metales preciosos, papeles de deuda, deuda soberana extranjera, bonos, en fin, todo lo que signifique valor, pero estas no son para respaldar el uno por uno del precio de sus monedas, sino para hacer frente a los embates de sus economías y al comercio mundial. En el caso muy particular de nuestro país las variables respecto del valor de la moneda que usamos no funcionan exactamente así, en razón obviamente de que utilizamos el dólar de Estados Unidos que es una moneda vigorosa y de referencia cambiaria mundial que conserva una gran capacidad respecto a las monedas del resto del mundo, pero que poco o nada podemos hacer para manipular su valor. De allí que vale decir, como muchos que defienden el uso del dólar, que nos beneficia efectiva y contundentemente de diversas formas, como la gran capacidad de compra que ofrece y que se mantiene relativamente alta e inalterable hasta nuestros días desde que acogimos el uso de esa moneda ajena. Pero, entonces, qué respalda a los “martinellis”, pues el PIB del país, la economía misma, el Estado en general y, en fin de cuentas, los mismos factores que han respaldado las monedas de un balboa y sus fraccionarias emitidas durante toda nuestra vida republicana. Y valen un balboa. @mosadegh53

martes, 3 de abril de 2012

Estamos ante el descalabro de un gigante

OpiniónPOLÍTICA

Guillermo Tatis Grimaldo, hijo
opinion@prensa.com

Me viene a la mente “El Ajedrecista”, aquel artículo de mi autoría que publicó La Prensa en estas mismas páginas hace tres años cuando Juan Carlos Navarro perdió la candidatura presidencial del PRD frente a Balbina Herrera, minada de golpes bajos, intrigas y sobre todo, la subterránea codicia política de quienes detentaban el poder por aquellos tiempos.

Hoy el panorama luce igual de complicado y tal vez un tanto más sombrío. Contrario a lo que algunos comentan, el PRD sí es un partido con rumbo, pero lamentablemente ahora muy equivocado y hasta groseramente satanizado, por cuanto resulta insensato e inexplicable hacer un frente con propósitos tan sórdidos como los de atacar la candidatura de uno de sus propios miembros, y que esa aviesa aventura llamada Tocona haya logrado por arte de magia, unir a adversarios recientes como a los dos expresidentes de la República de ese mismo partido y a todos los demás precandidatos, con la única y honrosa excepción de Javier Martínez Acha.

Más aún por cuanto en lugar de generar un pacto de caballeros cargado de argumentos con ideología política para el bienestar del partido y el de la patria, el respeto a las reglas de juego para escoger a las nuevas autoridades del partido, trazar las condiciones y garantías que deben rodear la elección en el partido y de su candidato a la presidencia de la República, sea justamente un macabro compromiso de conspiradores para cerrarle el paso a unos de sus miembros, todo esto, deja mucho que pensar sobre la calidad de políticos que pueden llegar a dirigir el país, que por decir lo menos, parece un acto de cobardía política.

Desoír o no asistir a una invitación político-partidaria, como la convocada por Juan Carlos Navarro el pasado domingo, puede resultar irrelevante en la decisión de un parroquiano común, pero no en la dirección y alta clase política del partido.

Menos aún con el subterfugio de que ya tenían agendas que cumplir porque no es más que un cuento nimio y vacío, tan trivial como el de que Navarro presentaría su candidatura a secretario general del partido; ambos pretextos no son más que un trance de pasotismo sin sentido. Esto no presume ser una actitud equilibrada ni de búsqueda de la unidad, no obstante, cuando semanas atrás el propio secretario general, el cantalante de la negativa, aprovechó los actos del trigésimo tercer aniversario del partido para plantear su igual aspiración.

Pero es que ahora argumentan que no es sano para el partido que un candidato –entiéndase Navarro- que aspire a la Secretaría General del partido sea también candidato presidencial porque generaría más fricción, y olvidan alegremente que sus dos expresidentes ocuparon activamente esos dos cargos al mismo tiempo.

Pero lo humillante para la militancia, que ve el drama desde la médula del partido, es que todos –los de la supuesta pero evidente maquinación- están hablando de unidad. Balbina Herrera habló de que el partido es un todo, es una sola fuerza, y llama a dejar de lado las ambiciones egoístas que fueron la causa de la reciente derrota; solo le faltó decir, los fracasos obrados por ella misma en el pasado. Otros prefieren matizar la realidad al negar rotundamente que exista una división por cuanto las bases decidirán.

Cierto que las bases decidirán quién ha de ser el ganador de la dirección del partido, quiénes le acompañarán en la directiva, en los demás cargos y quién será su candidato a la Presidencia de la República, entre tanto y para entonces veremos a un gigante que se descalabra. Las huellas de la confabulación de hoy dejarán cicatrices imborrables mañana, porque el llamado a la unidad del partido no es sincero ni es de “corazón”; no coman cuento, es contra Juan Carlos Navarro.
El autor es Ensayista y ex diplomático

jueves, 15 de marzo de 2012

Es necesario integrar el país no disociarlo

La Prensa, Panamá, jueves, 15 de marzo de 2012.

Opinión
COMARCAS

Es necesario integrar el país no disociarlo: Guillermo Tatis Grimaldo, hijo
Guillermo Tatis Grimaldo, hijo
opinion@prensa.com

Sin imaginar en qué terminarán los diálogos entre los indígenas y el Gobierno nacional voy a dar mis reflexiones sobre el tema, no sobre quién, necesariamente, tiene la razón sino el porqué de los problemas que estamos viviendo.

Pienso radicalmente que las comarcas indígenas, como tal, son una especie de entelequia que está minando la unidad nacional y que muchos, por apoyar o atacar a una de las partes, sensata o inconscientemente, han contribuido con algún leño a la hoguera que ya lleva muchos grados celsius de calor y que da para pensar lo peor.

La falla está, precisamente, en que las comarcas no han contribuido a la integración del país, han colocado los valores a la inversa, tampoco han respondido genuinamente a una división política sino al fraccionamiento étnico que, antes que generar convivencia y lograr identidad nacional, de compartir valores e intereses patrióticos, logra todo lo contrario, disociar y corromper cualquier atisbo de concordia.

Esto ha llevado a los indígenas a una valoración sociológica equivocada, en especial la comunidad ngäbe buglé, más que otras, que de hecho lo estamos comprobando durante estos lamentables episodios, al presentarse como seres humanos distintos al resto de los ciudadanos del país. De igual forma, con la idea de que las comarcas son única y exclusivamente propiedad privada de sus comunidades, una muestra evidente de segregación. Y en ese orden de ideas creen erróneamente que los recursos de sus comarcas –y ahora adyacentes– no son del Estado sino de ellos.

La distorsión es tal que, luego de más de 500 años desde cuando Colón los llamó indígenas de forma nada despectiva, ahora pretenden que se les llame y de hecho se autodescriben “originarios”, como si el resto de los que aquí habitamos hubiésemos caído de la Luna o de algún extraño lugar.

Esta percepción descabellada les hace sentir que pueden decidir la suerte e imponer su ley no solo en sus confines comarcales, sino en todo el país, cerrando calles, vías, cobrando impuestos de paso e ingreso a sus territorios, amedrentando con palos y armas blancas, e impidiendo el desarrollo de sus áreas y del resto de la República. Todo al margen del imperio de ley y de las autoridades legítimas.

Han desenfocado la realidad de los conceptos de desarrollo, educación, integración, bienestar social y económico; exhiben una intolerancia infinita desconociendo, al mismo tiempo, que somos una sola identidad humana y de nación.

Así las cosas, el país no se puede dividir en comarcas raciales, culturales, religiosas o ateas; nosotros tenemos una sola identidad en la que convergemos negros, blancos, mulatos, indios, amarillos, etcétera. Y aunque aquí se quiera decir lo contrario, somos una sociedad integracionista, multirracial, plurirreligiosa y multicultural en la que los valores están tensados por la fuerza de la solidaridad humana, y las exclusiones y vicios de ellas son individuales y marginales, sin ninguna importancia en la vida nacional.

Hay que decirlo, en honor a la verdad, los indígenas de este país no son discriminados. Los que han querido estudiar, hoy son profesionales; los que han querido salir a ocuparse están trabajando y los que han querido integrarse al resto de la comunidad nacional lo han hecho sin ninguna clase de repulsa hacia ellos. Para nadie es extraño verlos pasear, producir, trabajar, estudiar y trashumar por todo el país.

Resulta imposible plantearnos un conflicto social sobre la base de que unos pocos consideran qué se debe hacer con los recursos naturales de todos, incluida la Nación. Y no es una disculpa decir que los indígenas tengan razón en el tema de que se sienten desatendidos, porque el resto del país, también, lo pondera así para sí mismo. Históricamente, las carencias van por detrás de las necesidades, porque mientras las soluciones llegan por las escaleras, los problemas nos rebasan por los ascensores.

Está planteado un diálogo, que no deja de ser el mejor mecanismo para la solución de conflictos, pero aun así, no pueden pretender que sus exigencias, partidas de un planteamiento errado y confuso, pueden estar por encima de la razón, de las autoridades y de la ley; sobre todo, con despropósitos de trancar el desarrollo so pretexto de sofismas absurdos, y que sea la ocasión para que el Gobierno nacional se ponga al día con las necesidades de sus ciudadanos sin excepción.

Los encomiendo a la sabiduría del oráculo para la solución, que deseo no sea otra que la buena suerte del país. @mosadegh53

Es necesario integrar el país no disociarlo

La Prensa, jueves, 15 de marzo de 2012.
Opinión

COMARCAS

Es necesario integrar el país no disociarlo
Guillermo Tatis Grimaldo, hijo
Guillermo Tatis Grimaldo, hijo
opinion@prensa.com

Sin imaginar en qué terminarán los diálogos entre los indígenas y el Gobierno nacional voy a dar mis reflexiones sobre el tema, no sobre quién, necesariamente, tiene la razón sino el porqué de los problemas que estamos viviendo.

Pienso radicalmente que las comarcas indígenas, como tal, son una especie de entelequia que está minando la unidad nacional y que muchos, por apoyar o atacar a una de las partes, sensata o inconscientemente, han contribuido con algún leño a la hoguera que ya lleva muchos grados celsius de calor y que da para pensar lo peor.

La falla está, precisamente, en que las comarcas no han contribuido a la integración del país, han colocado los valores a la inversa, tampoco han respondido genuinamente a una división política sino al fraccionamiento étnico que, antes que generar convivencia y lograr identidad nacional, de compartir valores e intereses patrióticos, logra todo lo contrario, disociar y corromper cualquier atisbo de concordia.

Esto ha llevado a los indígenas a una valoración sociológica equivocada, en especial la comunidad ngäbe buglé, más que otras, que de hecho lo estamos comprobando durante estos lamentables episodios, al presentarse como seres humanos distintos al resto de los ciudadanos del país. De igual forma, con la idea de que las comarcas son única y exclusivamente propiedad privada de sus comunidades, una muestra evidente de segregación. Y en ese orden de ideas creen erróneamente que los recursos de sus comarcas –y ahora adyacentes– no son del Estado sino de ellos.

La distorsión es tal que, luego de más de 500 años desde cuando Colón los llamó indígenas de forma nada despectiva, ahora pretenden que se les llame y de hecho se autodescriben “originarios”, como si el resto de los que aquí habitamos hubiésemos caído de la Luna o de algún extraño lugar.

Esta percepción descabellada les hace sentir que pueden decidir la suerte e imponer su ley no solo en sus confines comarcales, sino en todo el país, cerrando calles, vías, cobrando impuestos de paso e ingreso a sus territorios, amedrentando con palos y armas blancas, e impidiendo el desarrollo de sus áreas y del resto de la República. Todo al margen del imperio de ley y de las autoridades legítimas.

Han desenfocado la realidad de los conceptos de desarrollo, educación, integración, bienestar social y económico; exhiben una intolerancia infinita desconociendo, al mismo tiempo, que somos una sola identidad humana y de nación.

Así las cosas, el país no se puede dividir en comarcas raciales, culturales, religiosas o ateas; nosotros tenemos una sola identidad en la que convergemos negros, blancos, mulatos, indios, amarillos, etcétera. Y aunque aquí se quiera decir lo contrario, somos una sociedad integracionista, multirracial, plurirreligiosa y multicultural en la que los valores están tensados por la fuerza de la solidaridad humana, y las exclusiones y vicios de ellas son individuales y marginales, sin ninguna importancia en la vida nacional.

Hay que decirlo, en honor a la verdad, los indígenas de este país no son discriminados. Los que han querido estudiar, hoy son profesionales; los que han querido salir a ocuparse están trabajando y los que han querido integrarse al resto de la comunidad nacional lo han hecho sin ninguna clase de repulsa hacia ellos. Para nadie es extraño verlos pasear, producir, trabajar, estudiar y trashumar por todo el país.

Resulta imposible plantearnos un conflicto social sobre la base de que unos pocos consideran qué se debe hacer con los recursos naturales de todos, incluida la Nación. Y no es una disculpa decir que los indígenas tengan razón en el tema de que se sienten desatendidos, porque el resto del país, también, lo pondera así para sí mismo. Históricamente, las carencias van por detrás de las necesidades, porque mientras las soluciones llegan por las escaleras, los problemas nos rebasan por los ascensores.

Está planteado un diálogo, que no deja de ser el mejor mecanismo para la solución de conflictos, pero aun así, no pueden pretender que sus exigencias, partidas de un planteamiento errado y confuso, pueden estar por encima de la razón, de las autoridades y de la ley; sobre todo, con despropósitos de trancar el desarrollo so pretexto de sofismas absurdos, y que sea la ocasión para que el Gobierno nacional se ponga al día con las necesidades de sus ciudadanos sin excepción.

Los encomiendo a la sabiduría del oráculo para la solución, que deseo no sea otra que la buena suerte del país. @mosadegh53