martes, 21 de agosto de 2012

Pablo Escobar, una novela sin final feliz

Pablo Escobar, una novela sin final feliz Guillermo Tatis Grimaldo, hijo opinion@prensa.com Confieso haber traicionado mi propia conciencia. Había dicho en público (Twitter) que no iba a ver la cruel novela del funestamente recordado narcotraficante Pablo Escobar, el patrón del mal, que se exhibe en una de las televisoras del país. Más que por cualquier otra consideración, fue por aquella razón de que esa telenovela, que recrea la época más oscura de la historia contemporánea de Colombia, la había vivido tan de cerca y, eventualmente, no mostraría nada nuevo que ya no supiera, como testigo presencial en aquel país. No obstante ello, no me arrepiento de haber visto los primeros capítulos. Siento que es necesario que la gente sepa cómo se construyó una empresa criminal sin precedentes, con asesinatos y magnicidios, cómo se desarrolló el sicariato, la extorsión y el secuestro en el negocio del narcotráfico. Y aún más, cómo los tentáculos de Escobar, el filántropo siniestro, incursionaron en la política, con el propósito tenebroso de corromper la sociedad entera, en Colombia y allende sus fronteras. No menos importante es la pérfida historia del nacimiento, la seudo grandeza y caída de un imperio criminal, de un cartel y un personaje único, de carne y hueso, y una perversidad infinita, que aun con todo el dinero producto del accionar delictivo, la violencia que infringió, el dolor que causó y la sangre que derramó, no logró vencer a una sociedad con dignidad y voluntad. Esta es la gran verdad que no se puede olvidar y habrá que contarla las veces que sea necesaria para que no se repita, porque puede darse en cualquier lugar. Pero, al revés de las pulcras historietas de Batman o de Supermán, con personajes heroicos creados con parámetros ficticios que luchan contra el mal y que terminan con un final feliz, no caben en este cuento. La de Pablo Escobar, el paternalista falaz, es otra cosa; es una historia sangrienta que arrodilló a un país y lo tuvo al borde de claudicar. La guerra que planteó el cartel de Medellín contra el Estado colombiano –los malos contra los buenos– que a pesar del triunfo de las autoridades legítimas, con la caza de Escobar, el héroe de barro, y la defenestración del cartel no terminó en un final feliz para nadie. Muchos fueron los muertos, incontables las penas e invaluables las pérdidas que le tocó sufrir al hermano país. La historia y la novela de Escobar han de tener hartas lecturas, pero nunca supondrá una apología del delito por el hecho de contarla, ni será un mal ejemplo para nadie, todo lo contrario. Quien quiera que vea la novela no podrá sacar conclusiones frívolas, la sociedad tiene que darse cuenta de que quien delinque de la manera que fuera –oculta o flagrante– tendrá un feroz destino como el final de esa misma horrorosa historia. Una gran lección es Colombia, porque tuvo la irrevocable decisión de reponerse al ataque que la tenía herida de muerte, la sociedad y las instituciones del país, las que no sucumbirían por tener una casta de ciudadanos incorruptibles, verdaderos superhombres que lideraron el honor por su patria para no dejarse arrebatar la Nación por esos grupos de criminales facinerosos. Esa guerra del narcotráfico que hostigó y desangró a Colombia por algo más de una década chocó con personajes valientes que ofrendaron su vida por la suerte de su país y le hicieron frente al cobarde ataque a la patria. Con desvelo y sin dilación, Guillermo Cano exdirector de El Espectador, tomó el púlpito editorial del periódico para denunciar sistemáticamente todos los hechos criminales de la banda. Rodrigo Lara Bonilla, exministro de Justicia, puso en marcha las extradiciones de los narcotraficantes; Enrique Low Murtra, exministro de la misma cartera, quien remplazó a Lara Bonilla tras su asesinato, célebre por la frase al tomar posesión “me puede temblar la voz pero no la moral” (por su Parkinson); Jaime Pardo Leal, candidato del Partido Comunista, aguerrido luchador por la institucionalidad democrática; Carlos Mauro Hoyos, exprocurador de la Nación, los encausó en procesos penales con fines de extradición; Luis Carlos Galán, candidato a la Presidencia de la República, enarboló la bandera de la dignidad nacional contra los narcos delincuentes. Todos sin excepción murieron bajo el fuego de las balas. Enrique Parejo, exministro de Justicia y Miguel Maza Márquez, director del servicio de inteligencia, que, milagrosamente, sobrevivieron a atentados, encabezaron la persecución de los cabecillas de la banda. En tanto, Belisario Betancourt, presidente de la República en aquellos tiempos del inicio de la rebelión de los carteles, tomó la inflexible y dura decisión de enfrentarlos con todas las fuerzas logísticas efectivas y recursos jurídicos del Estado, no sin el apoyo de muchos hombres más, políticos, juristas, empresarios y ciudadanos ejemplares de la reserva moral. Si ellos no recogen en aquel momento la dignidad de la patria otra fuera la historia del suelo de Bolívar y Santander. @mosadegh53